¿Recordáis
las imágenes de monjas en televisión votando el pasado 20 de
Diciembre?
¿A qué creéis que se deben?
Cuando
las vi pensé que resulta curioso que las monjas sean percibidas con
tanta simpatía por la sociedad teniendo en cuenta que se
trata de víctimas de una institución machista, retrógrada,
alienante y con funcionamiento de secta peligrosa como la Iglesia
Católica. A lo largo de este artículo intentaré poner luz sobre
estas afirmaciones de modo que veáis que no se trata en absoluto de
exageraciones.
Cuando
sabemos que una persona ha sido víctima de malos tratos empatizamos
con ella y el sentimiento que despierta en nosotros es compasión en
la más bella acepción de la palabra pero en ningún caso diversión
o simpatía. ¿Por qué entonces llamamos “monjitas” a las monjas
o nos parece la suya una imagen amable?
AQUÍ
COMIENZA EL ENGAÑO...
¿Cómo
creéis que eran esas mujeres antes de hacerse MONJAS y que todo su
“yo” desapareciera eclipsado por un hábito y una toca o
simplemente por una tremenda pinta de “meapilas” como en el caso
de las seglares consagradas (lo mismo pero sin hábito de manera
permitida por la Iglesia)?
Os
las imagináis como seres angelicales faltos de ambición terrenal y
de pulsiones sexuales, ¿verdad? Pues nada más alejado de la realidad.
La mayoría de ellas, al menos las que hoy entran en instituciones de
vida consagrada o conventos, se habrán ido de copas, habrán hecho
botellón, se habrán follado a unos cuantos y habrán llamado a sus
amigas después para contarles la faena (lo cual es delito si se hace
con pelos y señales, por cierto). ¿Ahora os parece más raro que
una chica “normal” llegue a encerrarse con otras tantas tías, a
renunciar al sexo, a renunciar a tener unas pertenencias básicas o
una mínima libertad de arbitrio? Yo creo que sí.
Aquí
llega el punto en el que este artículo va a empezar a molar a los
disidentes y a hacer que los políticamente correctos se sientan
burguesamente ofendidos.
Cuando
nos dicen que un tío se ha metido en un lugar en el que espera con
su comunidad la llegada de los alienígenas pensamos que era una
persona “normal” a la que alguien ha lavado el cerebro. Cuando
nos dicen que se ha metido en un sitio donde espera con su comunidad
el advenimiento de Cristo nos imaginamos, sin embargo, que se trata
de alguien un poquito raro que libremente ha tomado una decisión.
¿Tiene eso algún sentido? La respuesta es, desgraciadamente, “no”.
El
proceso mediante el cual una persona opta por semejante y brutal
cambio de vida tiene variantes pero también puntos comunes como los
que pasamos a explicar a continuación:
Todas
las sectas escogen como víctimas, de manera preferente, a personas
que por uno u otro motivo se encuentran especialmente vulnerables. La
Iglesia, en este caso, no pierde la ocasión de acercarse a personas
poco formadas, rebeldes y deseando enfrentarse a la autoridad paterna
y a los roles típicos de nuestra sociedad: los adolescentes. Se
puede ser outsider o escoger
un modo alternativo de vida yendo a manifestaciones antisistema o
sacando un rosario en el metro y disfrutando secretamente de las
miradas de asco y reprobación de los pasajeros. Alentando a los
jóvenes a llevar un modo de vida difícil, no apto para débiles,
desaprobado socialmente y constructor de gratas fantasías mentales
como el futuro paraíso o el amor de Cristo, la Iglesia consigue
ofrecer una vía de escape a toda la insatisfacción y la rebeldía
propias de la adolescencia. En el movimiento del que nosotras
formábamos parte se decía algo curioso: “Pídele poco a un joven
y no dará nada. Pídele mucho y lo dará todo”. Y así fue.
Nosotras lo dimos todo. Nos vaciamos, nos alienamos, nos llegamos a
enorgullecer de llevar una vida que ni un chaval de mili hubiera
podido soportar y por unos años dejamos de existir en el sentido más
literal del término.
En
los siguientes volúmenes os explicaremos cómo vivimos dentro de la
vida consagrada a Cristo y a la Iglesia y por qué. Qué cosas nos
mantenían atadas a esta forma de vida inoculada, cuáles nos hacían
querer salir corriendo y cómo conseguimos finalmente escapar.
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